Nadie salta al vacio despuès de tomarse un cafè
nadie
a menos que se llame Delfina.
Ella saltò.
Mejor de dicho: filtrò, bebiò y se soltò.
Tenìamos que ir al cine esa noche
todavìa tengo las entradas guardadas entre la hojas de un libro de Spencer Holst.
Ella es mi maldita vecindad.
Se acerca, se aleja, toca el timbre de la puerta de mi casa sabiendo que no tengo puerta, ni timbre, ni casa.
Ella es asi
parecida al amor y a su mortaja
igual a los frutos que maduran bajo el cielo en el patio de la masacre.
Pasta de trilce, dulce de dientes,
mordedura en la orfandad.
El frìo de este pueblo me alucina
es el oeste del diapasòn
cuerda de una teorìa dispersa en el espejo
sueño en la piedra que canta.
Delfina, su grafía de piedra y una oveja pastando en la nieve.
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