Miguel Ángel Bustos
Leche de la noche es el poema enamorado
Mucho, poco o nada se ha escrito sobre él.
Fue, como muchos y muchas, secuestrado en su casa, en la calle Hortiguera N° 1521 piso 6° departamento "B", de Buenos aires, el 30 de mayo de 1976 a las 22:30 por un grupo de personas que se identificaron con unas tarjetas amarillas como pertenecientes a la policía federal.
Su acercamiento a las culturas precolombinas, la lectura de sus poéticas, de sus códices, la lectura de sus escritos ocultistas, el chamanismo, los libros sagrados; Rimbaud, Lautrémont, Baudelaire, los románticos alemanes, y particularmente Hölderling, del que dijo: “Ese hombre soy yo, yo soy este hombre, ahora. Él es mi madre, mi amor, mi infancia, el motivo de todo ritual, él es mi vida y mi muerte; mi religión, mi patria en los cielos, mi absoluta libertad”, nutrieron su poesía. La hermandad espiritual con estas visiones, y fundamentalmente su hermandad con la visión precolombina hacen el destino de su obra.
Sus textos, tan admirados por Antonio Porchia y su memoria, viven, se reproducen y cantan.
Miguel Ángel Bustos nació en Buenos Aires el 31 de agosto de 1932.
FRAGMENTOS FANTASTICOS
Hemos cambiado nuestro destino de dioses por un destino de mercaderes.
De la noche vengo. A la noche voy. Un solo relámpago de luz turbia mi cuerpo.
Esta espantosa reliquia del dolor: la alucinada memoria.
Escribe mientras sea posible. escribe cuando sea posible. ama el silencio.
En la Región de los Cielos las piedras del sueño van rodando en tus ojos.
Abre la puerta, la única puerta. La puerta del Sueño.
Mata al pájaro. Guarda el canto.
¿Adónde me conducirá la locura que no sea el corazón de los hombres?
Reza, reza, hasta que se te gaste el Dios.
CASA DE SILENCIO
Un niño y un cuchillo, enamorados carne y hierro, buscan en el alma la selva que los salve.
Aromas y llantos boca de hielo sobre cicatriz de pureza. Irá a devorar temblores irá la tierra alzando mares.
Sueño del niño que muere en su Casa de Silencio en el cielo del espanto, hierba de tristeza amor de nadie.
No, yo no voy en este cuerpo que me lleva, ni toco en el agua un elemento que fluye y se estanca hasta morir. A quien ves, cuando me miras, es aquel rostro que te doy por miedo jamás ver tu calavera que finge ojos verdes, húmedos lentos sobre tu boca que recita letanías entre incienso y campanas que están en mí. Oigo tu voz idéntica en vos, ajena a mi memoria que te quiere inmóvil. Si me siguieras, si llegaras a mi cristal. En su casa de Fulgores, ¿quién podría decir: yo, me siento el yo de mi rostro para vos? Estaría en vos y hablaría a aquel mi cuerpo que cree poseerme. Terrible si alguna de tus almas, huyendo de la eternidad que nos persigue en la infinita repetición, no siente la ausencia, la ausencia del viento y el sonido caer en cuerpos imaginarios, muertos y errantes en la noche inmortal.
Si alguien me preguntara qué soy; porque ciertas sombras marean; le diría: no soy todo, ni nada, ni algo. Con mi cristal soy el planeta que te lleva por mares a tierras de oro y rapiña y el horizonte te lo doy yo.
[De El Himalaya o la moral de los pájaros, Libro Primero, El Sol Antiverbal]